viernes, 21 de octubre de 2016

El nacimiento de Noa (Parte I)

¡Muy buenas!
Hoy no sé por dónde empezar, me va a llevar mi tiempo poder escribir estas tres entradas que tengo previstas... Lo he dividido porque es tan tan maravilloso y tan tan importante que no quiero dejarme un detalle fuera. Por fin, tras varios meses esperando este momento, os puedo presentar el trabajo más alucinante que he realizado hasta ahora. Jamás pensé que estaría escribiendo esto: he fotografiado un parto
Va una entrada de las largas, os cuento desde el principio.

Un día, a Carmen, la súper mamá que conocía ya de un par de ocasiones, sin pensarlo mucho la verdad, a veces decir las cosas sin pensar sale bien (a veces), le pregunté si habían pensado fotografiar el nacimiento de su bebé y me ofrecí. Ahí quedó mi propuesta y pasaron los meses. Sería ya agosto cuando me escribió para pedirme presupuesto. Antes tenía que informarme yo, era la primera vez que hacía algo así (aunque la verdad es que muchas veces lo había imaginado, cómo sería si...). En España no es muy común que un profesional fotografíe un parto, principalmente porque en los hospitales no suelen permitirlo, además luego tienes que encontrar a alguien con quien te sientas cómodo y que sepa respetar lo delicado del momento. Afortunadamente Carmen iba a parir en su casa, con su familia, y al parecer confiaban en mí para sumarme al maravilloso equipo que habían formado para recibir a Noa.

Su fecha probable de parto era a mitad de septiembre, así que desde tres semanas antes tenía que estar disponible en cualquier momento, a cualquier hora. Para conocernos mejor organizamos una sesión de fotos familiar, que ya os enseñé aquí, y entonces una de mis dudas desapareció: que no se encontraran cómodos delante de la cámara. Precisamente sobre el miedo me preguntaron algunos. "¿Y no te da miedo?" Pues sinceramente sí, miedo a la falta de luz, miedo a no llegar a tiempo, miedo a no ubicarme, miedo a que las emociones me desbordaran... Luego entendía que su pregunta iba más hacia la posibilidad de que no fuera bien el parto, pero es que eso era algo que ni se me había pasado por la mente. Estaba tranquila y segura de que todo iría bien, confiaba plenamente en Carmen (también ayudaba que es una mamá experimentada, que ya sabía lo que era parir en casa) y en los profesionales que estarían acompañándola. 
A mí miedo me dan los hospitales, ¿dónde iba a nacer mejor que en su casa y con los suyos?

Tras tenerlo todo hablado y preparado solo faltaba esperar LA LLAMADA. Casi de 40 semanas Noa decidió cambiar de postura, y así no podía nacer en casa: quisieron programarle una cesárea. Sinceramente dudé un poco (no podía ser todo tan bonito...), pero Carmen tenía muy claro dónde iba a nacer su bebé y afortunadamente volvió a colocarse en su sitio unos días después: ya estábamos listos. Sin embargo todavía no era su momento. Nos tuvo esperando, a todos, dos semanas más. Dos semanas pendiente del móvil, noches de incertidumbre, nervios, organizando con quién dejar a mis niños y con la sombra de una inducción... 
Pasó septiembre y llegamos a octubre, mi mes favorito ¿cómo no lo había pensado antes?
Tantos momentos especiales que suceden en octubre... El martes 4, sobre las 7:30 de la mañana me pusieron en alerta: parece que ha llegado el día. Y a las 8:30 había dilatado 6 cm. 
¡Volando hacia su casa! ¡Estaba sucediendo! ¡Era real!




Me encontré un salón lleno de calma, a Carmen guapísima, tranquila y sonriente, Bethy abanicándola con su bebé y a Moisés cansado pero sereno. Llevaban toda la noche en vela. Carlos, el matrón, también estaba allí y los niños dormían arriba. Silencio, paz y la luz del amanecer. Me había imaginado todo en blanco y negro, sin embargo por las ventanas se abría paso el sol, la luz, que junto al color amarillo de las paredes salón, lo llenaba todo de vida. Esa calidez de un hogar que tanto contrasta con la frialdad de un paritorio. Por eso un tercio de las fotos al final son a color, con la luz de una mañana de otoño que recibe y celebra la vida.  




Recuerdo el olor de una infusión, el sonido del agua llenando la piscina, recuerdo también el calor. Afortunadamente manos para abanicarla no le faltaban (abanicos por todas partes que desenfocan el foco, que mueven la imagen, que tapan detalles, 
pero que alivian a una madre a la que le falta el aire). En seguida llegaron las doulas Luna y Sole, 
para sumarse a un equipo que pacientemente había esperado ese momento. 
Después bajaron los niños para completar el cuadro. En sus caritas, recién levantados, se mezclan muchos sentimientos. A sus 10, 6 y 3 años están viviendo una experiencia única e inolvidable. Y sé que Carmen se emociona, nos emocionamos todos: está cumpliendo un sueño. Su casa, su ritmo, sus niños, su marido, su parto. Quizás para muchas personas esto no es más que un trámite que debe pasar rápido en el que lo único que importa es el fin: que salga el bebé. 
Pero, para otras, este proceso forma parte de la magia del nacimiento, conectar con tu cuerpocon el milagro que estás viviendo y del que participas de forma consciente, tranquila y disfrutando, del que guardar un bonito recuerdo.




Y aunque éramos muchas personas, la calma y el silencio reinaba en muchas ocasiones, como si todos estuviéramos afectados por el poder de las hormonas que afloran durante el parto. El bebé de Bethy a veces gritaba o lloraba, Leo reía y contagiaba a todos, Carmen respiraba, a veces gruñía, otras no podía más... pero sí que podía.  El ruido del obturador de la cámara era inevitable y allí sonaba con fuerza, contenía el aliento, no quería molestar durante el dolor de una contracción, pero tampoco quería interrumpir la paz que quedaba cuando pasaba. 




Aguanta un poquito más, solamente un poquito más... Respira.

Y hasta aquí la entrada de hoy. 
Todavía tendréis que esperar unos días para conocer a Noa.
Gracias por leerme, gracias por dejarme compartir este momento. 





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